LA PIPA MAGICA
Uno, que ya salió de quintas hace muchos años y hasta ha dado por desaparecida aquella vieja cartilla militar en la que ponía en letras muy grandes: Valor y a continuación se decía: SSPM (cada uno que lo interprete como quiera) se queda perplejo cuando, delante de la caja de colores, que nos está educando de nuevo a todos, te fulminan con el serial de “Física o Química” o con el tan esperado, según los medios, “Curso del 63”.
Con el primero, o sea, el de la física y la química, todo parecido con la realidad, es una ilusión óptica que no se la cree ni el más embustero, farsante y gilipollas del curso que sea, en el Colegio que se intente parodiar y con el plantel de enseñantes que se quiera imitar. Allí la gente no va ni a dar clase, ni a tomarla. Aquello es un putiferio privado donde no se sabe donde empieza el profesor y donde termina el alumno. Aquello es un coto de caza, un desmadre, donde la vergüenza, ha cedido su lugar a la golfería, al exhibicionismo gratuito y a una pérdida de valores que ha despachado en un pis plás, el concepto noble de la enseñanza y el respeto al profesor, además de la cordialidad y el compañerismo entre alumnos.
Por esta razón y por las circunstancias actuales por las que pasa la enseñanza, se esperaba con suma impaciencia, la serie de “Curso del 63”, pero nada, erre que erre. Aquí se pasan por lo menos dos pueblos.
Miren, yo tenía un profesor de matemáticas que imponía todo el respeto del mundo y que al mismo tiempo era querido por todos sus alumnos como si de un segundo padre se tratase. Dicen que era la pipa, una pipa mágica que llevaba en el bolsillo, con la que, a diario, cuando llegaba a clase por la mañana, en medio de la ponzoña y el sueño, nos dejaba despertar un buen rato, mientras él se liaba su cigarrillo, lo cortaba con las tijeras y lo metía en la boquilla para prenderle fuego con su mechero de alcohol. Después de esta larga ceremonia, se recostaba en el sillón y la daba unas largas chupadas a la pipa, hasta que le entraba la tos, esa tos que le hacía dejar toda la parafernalia iniciada y tomarse un buen trago de bicarbonato sin agua, que sacaba de un tubo guardado en su bolsillo.
Después, comenzaba la clase. Posiblemente media hora nada más, pero ¡que media hora!....él nos decía: “Esto hay que saberlo durmiendo” y así lo aprendíamos durmiendo con el cariño y el calor de su bondad.
Don fulano......que hoy estamos muy cansados.
Y Don fulano alargaba la ceremonia de la pipa mágica un poco más, lo suficiente como para cerrar su clase con la justa medida de algún logaritmo o de alguna fracción algebraica.
Jamás un profesor se interesó por el tipo de calzoncillos que llevábamos los alumnos, ni los sujetadores de las chicas. Jamás un profesor se regodeó cortándonos el pelo ni prohibiéndonos determinadas normas de conducta. Pero eso sí, no recuerdo que nadie llamase a su profesor: ¡oye tío! ni le soltara el malsonante ¡hijo de puta! y mucho menos que le amenazase con darle una paliza.
Pienso que antes, los profesores, estaban hechos de otra madera, o que estaban más protegidos si cabe por la ley o el sistema..¡quien sabe!. Aunque para no jorobar a nadie, yo me quedo con la pipa, aquella pipa mágica del profesor de matemáticas.
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