LOS RECORTABLES
Ayer, casi a medio día, venía del Ayuntamiento sin haber podido realizar mis gestiones, pues no hubo forma humana ni divina de encontrar a quienes debían estar en su sitio, aunque esa es una cuestión no privativa de quien mande en cada legislatura, sino que debe ser un mal endémico de todos los Consistorios que han pasado por Orihuela. Quien no se había marchado a desayunar (bendito desayuno) estaba fuera resolviendo con unos señores, y quien no resolvía, porque no tenía señores, estaba suelto por la Casa, no habiendo manera de encontrarle. Y no hablemos de preguntar por teléfono. Te contestan, te pasan con la persona o Departamento y si tienes la suerte de que te lo cojan, la persona con la que quieres hablar está reunida, está hablando por el otro teléfono o se encuentra de cúbito supino en los excusados de la planta.
El caso es que me tuve que marchar con el rabo entre las piernas, papeles en el bolsillo y algún proyecto aplazado para mejores tiempos, cosa que espero desde hace ya tanto, que ni me acuerdo. Creo que me los comeré y como tantos otros, quedarán en el archivo de lo que pudo ser y no fue, por falta de apoyo institucional.
Pero no quería hablar de eso, ya que al ser una cosa corriente, común y de obligado aguante, nos acostumbramos miserablemente a su condición, con la resignación académica que nos corresponde a cada cual y la educación familiar que nos han dado. Lo que quería decir es que al pasar por la Plaza Nueva, en uno de esos bancos de azulejos, había dos niñas pequeñas jugando con lo que siempre hemos llamado: Recortables.
Aquello me trajo a la memoria otros tiempos y la facilidad con la que semejantes criaturas cambiaban de aspecto a una muñeca de papel, con solo colocarle un trajecito recortable encima de su figura. Claro, la figurita de papel era siempre la misma y los trajes, que se amontonaban en un rincón del banco, podrían tener formas y colores muy diferentes.
Pensé entonces que, inconscientemente, aquellas niñas estaban jugando a lo mismo que juegan sus mayores, a representar un mismo papel, pero con chaquetas y corbatas de colores diferentes.
Hace tiempo que intento olvidar las siglas de cada partido y me preocupa más aquello que prometen a sangre y fuego en sus programas de gobierno, aquello que ha de beneficiar y ser bueno para todos los administrados. Casi todo es lo mismo, con algunos matices. Todo se parece, salvo equivocaciones de libro y trasnochadas tendencias que murieron con los tiempos del cuplé. Sin embargo, a la hora de poner en práctica estas predicaciones, es cuando viene el desastre y la eterna cuestión de que cada mochuelo a su olivo y “las perras por donde pasan pringan, porque, de por sí, ya son pringosas” , tanto o más que ”el olor a pringue del aceite de los churros” (que decía Gabriel Miró).
Pero una de las cosas que más me llaman la atención son los “recortables” y como consecuencia de ellos, los “enchufes” que proporcionan en sus cambios de ropa.
Criticamos, gritamos, vociferamos y hasta se nos hinchan las venas del cuello diciendo aquello de ¡fuera los enchufaos! Y ¡Hay que recortar los favores y favoritismos! Y eso me gusta, hasta reconozco que me animó bastante, aplaudiendo la valentía de quienes proponían semejante medida. La realidad ha sido bien distinta: hay más enchufaos que antes y lo de los recortables, permítanme que me ría y cuando ya no se puede más, funciona aquello de ¡quítate tú para que me ponga yo!.
Los famosos recortables siguen funcionando en todas partes, de una manera o de otra, pero funcionan. Lo malo del caso es que para ser modelo de pasarela hay que tener unas medidas estándar, es decir, unas tragaderas especiales y no todo el mundo puede tenerlas…¡faltaría más!
0 comentarios